Hace unos días fui testigo de un hecho curioso. Me encontraba de visita en casa de unos amigos que tienen un niño pequeño. El chaval apenas tiene dos años de edad y andaba de un lado para otro, haciendo gracia a los presentes con sus ocurrencias. Para que se entretuviera un poco y nos dejara conversar, el padre encendió el televisor y buscó un canal que ofreciera dibujos animados. El niño se sentó expectante durante unos minutos pero pronto el programa se cortó y comenzaron los anuncios. En ese momento, el niño se levantó, se acercó decidido al televisor y pasó la mano por la pantalla de izquierda a derecha repetidamente, como hacemos para cambiar de página los que estamos habituados a usar el teléfono móvil.
Al no conseguir que el televisor cambiara de canal, el niño se miró la mano asombrado y rompió a llorar desconsoladamente. Él no sabía que aquel televisor era una de esas reliquias antiguas que funcionan con tubos de rayos catódicos, vamos, de los que se fabricaron mucho antes de existir las pantallas táctiles, así que todos nos echamos a reír ante la ocurrencia. La madre cogió cariñosamente en brazos a niño y le dejó su móvil para que comprobara que el fallo no tenía nada que ver con sus manos sino con el televisor ¡Qué mundo más curioso!, pensé.
Después, comentando el hecho, uno de los presentes preguntó: ¿Cómo funcionan las pantallas táctiles de los teléfonos móviles?
Al buscar la respuesta lo primero que se me vino a la cabeza tenía que ver con la sensación táctil en sí misma. Al fin y al cabo, nada se inventa porque sí, sino porque intentamos imitar lo que la naturaleza ha inventado mucho antes. Imagine usted que alguien le toca la mano. Inmediatamente descubre si el objeto con el que le han tocado es puntiagudo o romo, si ha presionado mucho o poco, si está caliente o frío…. Y no sólo eso, salvo que tenga algún problema neurológico importante, usted sabe exactamente que el punto de contacto está en el dorso de su mano y no en el pié, en el pecho, o en la cara, es decir, ha localizado dónde se ha producido el contacto.
En el cuerpo humano, la sensación del tacto con un objeto externo, desata una serie de sensaciones que comienzan en las terminaciones nerviosas del lugar de contacto y acaban el en cerebro. Allí, en el córtex cerebral, tenemos una especie de mapa corporal que indica dónde nos han tocado. Es un mapa curioso porque da una imagen distorsionada de nuestro cuerpo. Tenemos más terminaciones nerviosas en nuestra mano que en nuestros muslos, nuestros labios son más sensibles, proporcionalmente, que nuestro pecho, etc. Si representáramos nuestro cuerpo en función de las terminaciones nerviosas que poseemos en el sentido del tacto, tendríamos unos labios y lengua enorme, unas manos grandes y un sexto también grande, en cambio, nuestras piernas y nuestro tórax sería muy pequeño.
Pero todo esto es solamente una introducción que nos va a servir para comprender cómo la moderna tecnología ha utilizado esas ideas para diseñar la modernas pantallas táctiles de los móviles, tabletas, televisores inteligentes, etc.